Seguro que me gano el primer abucheo al reconocer que “El espejo griego” es la primera novela que leo de José Luis Corral. Y seguro que suena el segundo al reconocer que siempre paso de largo la sección de “Novela Histórica” en las librerías. Y es muy probable que me gane el tercero cuando alguien termine de leer esto. Pero así es la vida del espontáneo. Nadie entiende su arte irracional, apasionado y precipitado.
Porque diré que me quedo más con el transfondo de esta novela que con su parte visible. Más con la carga que lleva en su bodega que con su romántico sol embotellado. Más con el argumento secundario que con su amor y hermoso paisaje protagonistas.
Aunque lo primero que debo reconocer es que José Luis hace que parezca sencillo escribir. Y eso, al menos para mí, tiene mucho mérito. Porque mientras yo tardo horas, días y un cartón de tabaco en escribir un folio, él escribe una novela como un virtuoso pianista acaricia el teclado. Y esa forma suya de narrar, sencilla, desnuda y directa, te mantiene atado a la historia sin un solo bostezo. Leerle es como ver soplar a un vidriero. Convierte, con destreza y sin aparente esfuerzo, una burbuja de gelatina en un corazón de frágil cristal.
Pero cambié ese asombro por incomodidad cuando la novela se convirtió en el folleto a color de una agencia de viajes y en el cuaderno de campo de un gourmet. Y la historia de amor en una novela romántica de bajo presupuesto en la que sobran lugares comunes y le faltan palabras que expliquen cómo se declaran los incendios y hagan creíbles las quemaduras.
Por eso me quedaré más con la biografía de ese novelista mediocre que se convierte con el tiempo en un escritor famoso al aceptar un día, veinte años atrás, el encargo de su editor de escribir un libro sobre la Guerra Civil a cambio de un cheque de seis cifras. Escribir un libro a la medida del mercado. El negocio redondo. Las cifras de ventas. El libro adecuado en el momento justo. Las campañas de publicidad y promoción y sus mentiras convenientes. Y la política apropiándose de las palabras. Tergiversándolas. Retorciéndolas. Interpretándolas a su conveniencia.
Me quedaré con el éxito y sus caminos subterráneos, el comercio de papel y el navegar a favor del viento, el besamanos a banqueros y la injerencia de políticos; los premios sin mérito y los banquetes de cartón piedra.
Me quedaré con la renuncia, el desencanto, la ingenuidad destruida. La independencia imposible. Las castas y grupos a los que hay que pertenecer para ser alguien. Y todo ese idealismo perdido en el camino cambiado por materiales más imperecederos y tangibles.
La fama, el dinero y el vacío. Y el peor, el más doloroso arrepentimiento. Ese que ya no sirve de nada.
José Luis Corral. “El espejo griego”. Prames. Zaragoza, 2009.
Porque diré que me quedo más con el transfondo de esta novela que con su parte visible. Más con la carga que lleva en su bodega que con su romántico sol embotellado. Más con el argumento secundario que con su amor y hermoso paisaje protagonistas.
Aunque lo primero que debo reconocer es que José Luis hace que parezca sencillo escribir. Y eso, al menos para mí, tiene mucho mérito. Porque mientras yo tardo horas, días y un cartón de tabaco en escribir un folio, él escribe una novela como un virtuoso pianista acaricia el teclado. Y esa forma suya de narrar, sencilla, desnuda y directa, te mantiene atado a la historia sin un solo bostezo. Leerle es como ver soplar a un vidriero. Convierte, con destreza y sin aparente esfuerzo, una burbuja de gelatina en un corazón de frágil cristal.
Pero cambié ese asombro por incomodidad cuando la novela se convirtió en el folleto a color de una agencia de viajes y en el cuaderno de campo de un gourmet. Y la historia de amor en una novela romántica de bajo presupuesto en la que sobran lugares comunes y le faltan palabras que expliquen cómo se declaran los incendios y hagan creíbles las quemaduras.
Por eso me quedaré más con la biografía de ese novelista mediocre que se convierte con el tiempo en un escritor famoso al aceptar un día, veinte años atrás, el encargo de su editor de escribir un libro sobre la Guerra Civil a cambio de un cheque de seis cifras. Escribir un libro a la medida del mercado. El negocio redondo. Las cifras de ventas. El libro adecuado en el momento justo. Las campañas de publicidad y promoción y sus mentiras convenientes. Y la política apropiándose de las palabras. Tergiversándolas. Retorciéndolas. Interpretándolas a su conveniencia.
Me quedaré con el éxito y sus caminos subterráneos, el comercio de papel y el navegar a favor del viento, el besamanos a banqueros y la injerencia de políticos; los premios sin mérito y los banquetes de cartón piedra.
Me quedaré con la renuncia, el desencanto, la ingenuidad destruida. La independencia imposible. Las castas y grupos a los que hay que pertenecer para ser alguien. Y todo ese idealismo perdido en el camino cambiado por materiales más imperecederos y tangibles.
La fama, el dinero y el vacío. Y el peor, el más doloroso arrepentimiento. Ese que ya no sirve de nada.
José Luis Corral. “El espejo griego”. Prames. Zaragoza, 2009.
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