Para José Antonio Lozano
No le parecía justo. Ellos eran tres y sólo podía pedir uno. Pero el rubio se lo había dejado bien claro. Esa era la oferta. Sólo un deseo.
Y se había quedado sentado en el otro extremo del sofá, quieto como una figura de cera, mirándole fijamente, esperando su respuesta.
El castaño curioseaba por todo el salón. Acariciaba el lomo de los viejos libros de las estanterías, le daba la vuelta a las figuritas de porcelana, buscaba la firma de los cuadros y sopesaba los marcos y los candelabros de plata.
El negro se había sentado en el sofá pequeño y hojeaba una revista de moda con sus manos enguantadas. A sus pies una enorme bolsa de lona vacía.
-Una cosa, sólo una- susurraba él, mientras trataba de decidirse.
Miró al rubio. Se estaba sacudiendo el confeti pegado en el armiño de la capa. Los diminutos trozos de papel caían sobre la alfombra. Eran de todos los colores: rojo, azul, verde, blanco.
Trató de concentrarse. Una cosa, un solo deseo…
El castaño sacó una cajetilla de tabaco y encendió un cigarrillo. Cogió un cenicero de la estantería y se sentó en el sillón orejero, frente a él. Cruzó las piernas y se puso a mirarle con descaro. Llevaba unos botines negros con cremallera, de tacón cubano. Extraño calzado para un rey.
Desvió la mirada para poder pensar. Una cosa, un solo deseo…
El negro se había puesto a hacer una torre con los trozos de guirlache de la bandeja de los dulces. Los iba poniendo con cuidado uno encima de otro, había puesto ya cuatro, cinco, seis trozos. Estuvo por contarle el truco que él utilizaba de pequeño para conseguir que la torre no se derrumbara: chupar bien chupaos los trozos de guirlache para que se pegaran uno con otro.
Oyó un carraspeo. Miró al rubio. Con gesto de impaciencia le señalaba la esfera de su dorado reloj de pulsera.
-Está bien, está bien- dijo él. Si es que me estáis distrayendo. Así no puedo pensar. Y cerró los ojos para concentrarse. Una cosa, un solo deseo…. piensa, piensa.
-Ya lo sé- dijo en voz alta.
Y al abrir los ojos se habían marchado.
No le parecía justo. Ellos eran tres y sólo podía pedir uno. Pero el rubio se lo había dejado bien claro. Esa era la oferta. Sólo un deseo.
Y se había quedado sentado en el otro extremo del sofá, quieto como una figura de cera, mirándole fijamente, esperando su respuesta.
El castaño curioseaba por todo el salón. Acariciaba el lomo de los viejos libros de las estanterías, le daba la vuelta a las figuritas de porcelana, buscaba la firma de los cuadros y sopesaba los marcos y los candelabros de plata.
El negro se había sentado en el sofá pequeño y hojeaba una revista de moda con sus manos enguantadas. A sus pies una enorme bolsa de lona vacía.
-Una cosa, sólo una- susurraba él, mientras trataba de decidirse.
Miró al rubio. Se estaba sacudiendo el confeti pegado en el armiño de la capa. Los diminutos trozos de papel caían sobre la alfombra. Eran de todos los colores: rojo, azul, verde, blanco.
Trató de concentrarse. Una cosa, un solo deseo…
El castaño sacó una cajetilla de tabaco y encendió un cigarrillo. Cogió un cenicero de la estantería y se sentó en el sillón orejero, frente a él. Cruzó las piernas y se puso a mirarle con descaro. Llevaba unos botines negros con cremallera, de tacón cubano. Extraño calzado para un rey.
Desvió la mirada para poder pensar. Una cosa, un solo deseo…
El negro se había puesto a hacer una torre con los trozos de guirlache de la bandeja de los dulces. Los iba poniendo con cuidado uno encima de otro, había puesto ya cuatro, cinco, seis trozos. Estuvo por contarle el truco que él utilizaba de pequeño para conseguir que la torre no se derrumbara: chupar bien chupaos los trozos de guirlache para que se pegaran uno con otro.
Oyó un carraspeo. Miró al rubio. Con gesto de impaciencia le señalaba la esfera de su dorado reloj de pulsera.
-Está bien, está bien- dijo él. Si es que me estáis distrayendo. Así no puedo pensar. Y cerró los ojos para concentrarse. Una cosa, un solo deseo…. piensa, piensa.
-Ya lo sé- dijo en voz alta.
Y al abrir los ojos se habían marchado.
Texto de Jorge del Frago
Fotografía de Sigfrido González.
Podéis disfrutar de más imágenes de este fotógrafo aragonés en su galería http://www.flickr.com/photos/sifro/
Y también, como curiosidad, pasaros por este sitio
http://sigfrido-sifro.blogspot.com/
4 comentarios:
Muchas gracias por tu interés y amabilidad, Luis. Una delicia el texto que acompaña a la foto...;-)
Muchas gracias a tí, Sifro, por tu estupenda fotografía. Me alegro que el texto esté al mismo nivel que la imagen.
Un cordial saludo.
¿Por dónde empiezo?
Por los agradecimientos. Me ha sorprendido, incluso emocionado,la dedicatoria del texto. No sé qué he hecho yo para merecer esto.
Sabía que conocía a Jorge del Frago,claro, en Aragón Literario. Encajo las piezas. Enhorabuena por tu texto, continuación a nivel del excelente relato anterior, el de la Nochevieja con piernas.Excelente.
Gran arranque para el proyecto generación Guirlache que tanto nos ilusiona al señor Morales y a mí. Sus colegas escritores no van a tener más remedio que dar lo mejor de ellos para estar a la altura...
Leeré su obra completa y ,por favor, siga honrándonos con su presencia, amigo Fargo, ego alterado de los Cohen, ilustrador fotográfico de nuestras vidas.
Un abrazo y gracias reiteradas. Sigo pensando que de vez en cuando la vida, se toma contigo un café.
Au revoir.
Luis:
Dele igualmente mis felicitaciones y agradecimientos al Sr. del Frago. Él ha sido el primero en unirse a LA GENERACIÓN GUIRLACHE, a la que hoy mismo se han unido otros dos talentos. También dígale que debería crearse un blog donde publicar y que necesitamos una breve reseña de él.
Un abrazo tambien para tí Luis, y gracias por ponernos en contacto con este nuevo valor.
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