Pensé que sería fácil, que me iba a salir gratis. Pensé que la había olvidado, que ya no formaba parte de mí. Un vagón desenganchado y en vía muerta.
Pero me equivoqué.
Pensé que sería como otras veces, un juego, la emoción y la mentira del espontáneo, los cinco minutos de fama sin citar a Warhol.
Pero me equivoqué.
Lo tenía todo previsto. Durante la pausa de media hora de la mañana me sentaría en un rincón del bar y me leería el libro. El cigarrillo y la pose, el mármol manchado de café, el ruido del televisor y las máquinas tragaperras. Calculé que me bastarían tres mañanas. Luego buscaría las palabras en mi repertorio de aficionado y hablaría de poesía sin temblarme el pulso. Saldría indemne y ciego.
Pero me equivoqué.
Pensé que sería como otras veces, un juego, la emoción y la mentira del espontáneo, los cinco minutos de fama sin citar a Warhol.
Pero me equivoqué.
Lo tenía todo previsto. Durante la pausa de media hora de la mañana me sentaría en un rincón del bar y me leería el libro. El cigarrillo y la pose, el mármol manchado de café, el ruido del televisor y las máquinas tragaperras. Calculé que me bastarían tres mañanas. Luego buscaría las palabras en mi repertorio de aficionado y hablaría de poesía sin temblarme el pulso. Saldría indemne y ciego.
Pero me equivoqué.
Después del poema “Principio” tuve que huir del ruido y de este cielo sucio. Este cielo caído en el suelo. Tuve que huir para encontrar el silencio, tuve que encerrarme, matarme, quemar todos mis miedos y volver a sentir, entre mis manos, aquello que creía perdido. Después de “Principio” me aguanté las lágrimas, maldije al cuchillo de sus palabras y retorné a un tiempo lejano. No, ya no sería posible pasar sus páginas sin que me afectara, hablar con la sangre fría de un animal muerto.
Y volví a empezar de nuevo.
“Nocturno (un prólogo)”, el primer poema, es una declaración. Una renuncia a lo que hay fuera, a esa noche que devora las horas flotando en media rodaja de limón. “Un tiempo libre” comienza con un cuento cantado “Alrededor del sol”, y a partir de ahí, la primera luz, la “Albada”, el despertar. Luz que sorprende, vida que se despereza.
Y ese “Principio” para levantar la cabeza y agradecer la vida. Y un sol “Como un niño”, tocándolo todo, colmando el espacio y los objetos.
Amaneceres junto al mar. La vida pasando entre el azul y el suelo. Y salir a recibirla, cada mañana, con los ojos abiertos y el pelo mojado. Un poema para jugar con un “Sol descalzo”. Una luz que es una lágrima en el suelo y una brasa. Una llama que incendia. Una luz que muerde alegremente. Días que se escapan en “Un hilo”.
“Un puente de tinta” hacia “El pasado”, paisaje recobrado de la infancia. Una “Canción” con un pedazo de sol apretado en la mano. Una carta de Rilke, unos versos de Juan Ramón Jiménez, y quizás, en “Simple”, el recuerdo a Sergio Algora y su corazón traidor. “Un puente de tinta” que llevará hasta un nombre de mujer, secreto y repetido, mano y sonrisa que todo lo sabe y conoce.
Me descubrí respirando en su brevedad infinita. Recuperando el aliento y el tiempo. Me alimenté en el eco detenido de sus versos. Fogonazo de luz, silencio, breve palabra llenándolo todo.
Sol y mar, luz de tinta, tiempo blanco para tomar aire y volver a sentir, entre sus versos, el temblor de un día perdido. Sol y mar, y luz, y al final los versos de Juan en su “Desobediencia”: Aquí me quedo/firme/dejándome llevar.
Juan Marqués. “Un tiempo libre”. Editorial Comares, La veleta. Granada, 2008.
Después del poema “Principio” tuve que huir del ruido y de este cielo sucio. Este cielo caído en el suelo. Tuve que huir para encontrar el silencio, tuve que encerrarme, matarme, quemar todos mis miedos y volver a sentir, entre mis manos, aquello que creía perdido. Después de “Principio” me aguanté las lágrimas, maldije al cuchillo de sus palabras y retorné a un tiempo lejano. No, ya no sería posible pasar sus páginas sin que me afectara, hablar con la sangre fría de un animal muerto.
Y volví a empezar de nuevo.
“Nocturno (un prólogo)”, el primer poema, es una declaración. Una renuncia a lo que hay fuera, a esa noche que devora las horas flotando en media rodaja de limón. “Un tiempo libre” comienza con un cuento cantado “Alrededor del sol”, y a partir de ahí, la primera luz, la “Albada”, el despertar. Luz que sorprende, vida que se despereza.
Y ese “Principio” para levantar la cabeza y agradecer la vida. Y un sol “Como un niño”, tocándolo todo, colmando el espacio y los objetos.
Amaneceres junto al mar. La vida pasando entre el azul y el suelo. Y salir a recibirla, cada mañana, con los ojos abiertos y el pelo mojado. Un poema para jugar con un “Sol descalzo”. Una luz que es una lágrima en el suelo y una brasa. Una llama que incendia. Una luz que muerde alegremente. Días que se escapan en “Un hilo”.
“Un puente de tinta” hacia “El pasado”, paisaje recobrado de la infancia. Una “Canción” con un pedazo de sol apretado en la mano. Una carta de Rilke, unos versos de Juan Ramón Jiménez, y quizás, en “Simple”, el recuerdo a Sergio Algora y su corazón traidor. “Un puente de tinta” que llevará hasta un nombre de mujer, secreto y repetido, mano y sonrisa que todo lo sabe y conoce.
Me descubrí respirando en su brevedad infinita. Recuperando el aliento y el tiempo. Me alimenté en el eco detenido de sus versos. Fogonazo de luz, silencio, breve palabra llenándolo todo.
Sol y mar, luz de tinta, tiempo blanco para tomar aire y volver a sentir, entre sus versos, el temblor de un día perdido. Sol y mar, y luz, y al final los versos de Juan en su “Desobediencia”: Aquí me quedo/firme/dejándome llevar.
Juan Marqués. “Un tiempo libre”. Editorial Comares, La veleta. Granada, 2008.
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