viernes, 6 de febrero de 2009

Año nuevo, vida nueva

Aquellas nocheviejas me las sabía de memoria. Todos los años lo mismo. Antes de empezar a cenar brindaríamos solemnemente por estar juntos un año más. Después, a la luz de las velas y el arrullo de las conversaciones banales, cenaríamos en paz y armonía, cumpliendo la estricta norma de mi madre que impedía hablar de política o religión en la mesa. Algún cotilleo sobre gente conocida, alguna desgracia ajena para sentirnos afortunados y la típica lista de deseos para el nuevo año. Todo envuelto en un celofán de cortesía y sonrisas amables. Yo, en toda la cena, no descubrí ninguna palabra con doble sentido, ningún juego de miradas indiscretas, ni una sonrisa de más. Todo se desarrolló según el guión habitual, satisfactoriamente convencional.
Al acabar la cena nos sentamos en el salón frente al televisor. Los platos de postre estaban preparados con las doce uvas. El cava en el cubo con hielo. Las seis copas alineadas en formación de dos en fondo sobre el centro de la mesa.
Me lo sabía de memoria. Tomaríamos las uvas apoyados en el pie derecho, mi madre se atragantaría en la séptima, mi hermana perdería la cuenta y yo volvería a tener la sensación de mordisquear granos de arena. Al final, todavía masticando, nos daríamos dos besos felicitándonos el año, mi padre serviría el cava, y en pie, brindaríamos por un próspero y feliz año nuevo. Después nos sentaríamos a ver la televisión y comer dulces navideños sin apenas dirigirnos la palabra. Escondiendo los bostezos hasta la hora de irnos. Me lo sabía de memoria.
Por eso nos sorprendió tanto cuando mi padre se levantó y se puso a bailar frente al televisor. Aquello no lo había hecho nunca. Nos quedamos con la boca abierta. Bailaba con una enorme sonrisa en la cara y con un brillo fluorescente en la mirada. A mi hermana y a mí nos entró la risa floja. Resultaba ridículo. Al acabar la canción levantó su copa y dijo aquello de: año nuevo, vida nueva. Y entonces cogió a mi mujer de la mano y la sacó a bailar. No me lo esperaba. Me volvió a sorprender. Bailaban mirándose a los ojos, los dos con la misma sonrisa excesiva, la misma expresión de absoluta felicidad. Pero todavía nos sorprendió más a todos cuando, al acabar la canción, se quedaron de pie frente a nosotros, enlazados por la cintura, y sin borrar aquella estúpida sonrisa de su cara mi padre nos dijo que estaban enamorados. Sin decir nada más, cogidos de la mano, se marcharon juntos del salón.
Al salir de casa cerraron la puerta con cuidado, como si no quisieran hacer ruido para no despertarnos.


Texto de Jorge del Frago
Fotografía de Ana Cordero
Podeís conocer más de su extraordinario trabajo en http://www.fuxxion.com/

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Tremendo... chapeau

Luis Borrás dijo...

A mi, sin duda, me gusta más la fotografía que el texto.

Anónimo dijo...

Me gustaría conocer a su padre, al del texto , digo. Me apasionan las relaciones imposibles.
Digale al señor del Frago que progresa más que adecuadamente.

Saludos de brubuja

Anónimo dijo...

Ah, y la foto también me gusta, que conste en acta.

Luis Borrás dijo...

Estoy seguro que me creerá si le digo que pensé en usted al ver la fotografía. Ya conoce mi debilidad por los zapatos de tacón.
Saludos embriagados.

Anónimo dijo...

He vuelto a leerlo en el diario del Alto Aragón, acompañado por mi primo y el señor Lozano. Es la primera vez que se publican dos relatos en la misma página. Eso me gusta más, incluso deberían de arriesgarse y hacer más extensa la sección de literatura, ¿no le parece?
Más reseñas, más noticias, más voces...
En fin, poco a poco, supongo.
Ha sido un bonito trío ¿Cuándo publicaremos el señor del Frago y yo juntos?


Dejo en suspenso la pregunta.
Los misterios son encantadores.
Por cierto, un día de estos volveré a pedirle que sacrifique a otra criatura por el bien de la Asociación.


Saludos de sandalia turca

José Manuel Ubé González dijo...

Estupendo relato con final sorprendente. Y la imagen, voto a tal, ¡fantástica! Además, he salido estupendo en la foto con la gallarda mozo de maravillosas piernas. El hombre invisible avisará al señor Ubé para que pase y le deje más comentarios, bien a Jorge, bien a Luis.
Un saludo invisible.

Luis Borrás dijo...

Estimada Angélica:
Totalmente de acuerdo con sus sugerencias para la sección del Diario. Y espero que, efectivamente, se trate de darle un poco de tiempo a esa posibilidad.
En cuanto a su petición, sepa que su seguro servidor ya tiene preparada la siguiente entrega de su coleccionable por fascículos.
Su visita siempre es un placer.

Luis Borrás dijo...

Estimado e invisible señor:
Agradezco mucho si visita, aunque sea de esa forma tan particular que tiene usted de aparecer en los lugares producto de la imaginación.
La imagen de Ana Cordero es realmente sugerente, encierra una historia en si misma.
Gracias por la amenaza de nuevas visitas (espero que se cumpla)
Un cordial saludo en voz alta.
Y muchas gracias por su visita.