Quien tenga prisa o busque un simple entretenimiento inocuo que no empiece a leer esta novela. Porque “Epitafio” guarda en su interior un inclemente caballo de Troya.
“Epitafio” es aprendizaje, un camino de ida y vuelta, una dolorosa revelación.
Es rebelión, motín; naufragio y salvación.
Leer “Epitafio” no nos saldrá gratis. Porque “Epitafio” duele, como duele reconocer nuestra derrota y nuestros errores; como duelen el arrepentimiento, el espejismo y la ceguera; pagar el precio por averiguar la verdad.
Paloma González Rubio nos presenta en “Epitafio” a un tipo que un día decide dejar de se amable. Un tipo con el que rápidamente congeniaremos los heridos. Todos esos que algún día hemos querido vender nuestro pasado en una chatarrería. Un valiente, un hombre nuevo con una nueva conciencia de si mismo que una mañana decide cambiar apartando aquello que me han echado sobre los hombros y dedicar un poco de tiempo a componer exactamente lo que quiero llevarme. Un dejar de ser amable que le hará cambiar la perspectiva de la mirada, la percepción de las cosas; eliminar lo que sobra, lo accesorio; lo innecesario, lo convencional. Soltar lastre y tener un segundo despertar vacío de memoria en una transformación en la que no existía el menor deseo de conflicto o rebelión, sino sólo el propósito de un desamarre sin rumbo.
Y la historia así, reducida a lo simple, podría parecernos un viejo eco oído con anterioridad. Pero no en la voz de Paloma. Porque Paloma con su exactitud, con su absoluto dominio del lenguaje, convierte a la narración en el mecanismo preciso de una bomba de relojería. Nada en “Epitafio” es intrascendente, nada sobra, nada es inocente.
Paloma hace cirugía; abre la herida y luego, lentamente, en una cruel costura sin anestesia, va cosiendo y cerrándola. Después, al mirarnos en el espejo, veremos la cicatriz para no olvidarnos de aquel día.
Paloma abre la puerta de nuestra jaula y nos deja libres. Nos deja revolotear, desertar mientras escupimos nuestra rabia contra el pasado y arrojamos todas las piedras que nos metieron en los bolsillos para que no saliéramos volando. Paloma sabe que quizás tengamos razón. Sabe que esa es una pesada carga, pero también sabe que ese laberinto de intensa luz artificial por el que avanzamos derribando muebles y enarbolando quimeras no tiene salida. Que Ícaro voló, y fue cegado y derribado por el sol.
Porque “Epitafio” es una lección de vida real, es un bumerán; y la aventura de esa reconstrucción, de esa huída, seguirá la aplastante lógica de los corredores en un circuito: la línea de salida y la de la meta son la misma. Y nos dejará con la dolorosa revelación de lo que somos: onironautas desorientados. Porque todos los onironautas somos víctimas de una pérdida o una búsqueda irremediables.
“Epitafio” nos pone los pies en el suelo. Leer “Epitafio” es aceptar que las circunstancias y los acontecimientos imprevistos alteran, modifican, trastocan nuestros planes de reedificación. Que los demás, sus actos y sus mareas nos influyen, nos arrastran, dejan en evidencia nuestra debilidad. Que no es posible huir del entramado de las relaciones humanas, escapar de su influjo y su carga. Que nuestro margen de maniobra está acotado dentro de unos límites y ordenado por unas reglas de juego. "Epitafio" es recordarnos que podemos elegir la plaza de aparcamiento, pero siempre dentro del mapa de un parking cerrado.
“Epitafio” es un texto que muta, modifica una idea preconcebida: el desprecio por lo que tenemos más cerca, junto a nosotros. “Epitafio” es regresar y reconocer el temor a la pérdida, es encontrarnos con el reflejo sin amabilidad de nuestro menosprecio, darnos de bruces con el monstruo, el espacio en blanco que nosotros mismos habíamos creado con nuestro derribo; la tierra que nos echamos encima, el plomo de la culpa propia.
Al final, asustado, adocenado; argonauta derrotado; tan sólo quedará satisfacer el precio que hay que pagar para obtener el perdón y la indulgencia. La piedad en nuestro epitafio.
Paloma González Rubio. “Epitafio”. Ediciones de La Discreta. Madrid, 2010.
Leer “Epitafio” no nos saldrá gratis. Porque “Epitafio” duele, como duele reconocer nuestra derrota y nuestros errores; como duelen el arrepentimiento, el espejismo y la ceguera; pagar el precio por averiguar la verdad.
Paloma González Rubio nos presenta en “Epitafio” a un tipo que un día decide dejar de se amable. Un tipo con el que rápidamente congeniaremos los heridos. Todos esos que algún día hemos querido vender nuestro pasado en una chatarrería. Un valiente, un hombre nuevo con una nueva conciencia de si mismo que una mañana decide cambiar apartando aquello que me han echado sobre los hombros y dedicar un poco de tiempo a componer exactamente lo que quiero llevarme. Un dejar de ser amable que le hará cambiar la perspectiva de la mirada, la percepción de las cosas; eliminar lo que sobra, lo accesorio; lo innecesario, lo convencional. Soltar lastre y tener un segundo despertar vacío de memoria en una transformación en la que no existía el menor deseo de conflicto o rebelión, sino sólo el propósito de un desamarre sin rumbo.
Y la historia así, reducida a lo simple, podría parecernos un viejo eco oído con anterioridad. Pero no en la voz de Paloma. Porque Paloma con su exactitud, con su absoluto dominio del lenguaje, convierte a la narración en el mecanismo preciso de una bomba de relojería. Nada en “Epitafio” es intrascendente, nada sobra, nada es inocente.
Paloma hace cirugía; abre la herida y luego, lentamente, en una cruel costura sin anestesia, va cosiendo y cerrándola. Después, al mirarnos en el espejo, veremos la cicatriz para no olvidarnos de aquel día.
Paloma abre la puerta de nuestra jaula y nos deja libres. Nos deja revolotear, desertar mientras escupimos nuestra rabia contra el pasado y arrojamos todas las piedras que nos metieron en los bolsillos para que no saliéramos volando. Paloma sabe que quizás tengamos razón. Sabe que esa es una pesada carga, pero también sabe que ese laberinto de intensa luz artificial por el que avanzamos derribando muebles y enarbolando quimeras no tiene salida. Que Ícaro voló, y fue cegado y derribado por el sol.
Porque “Epitafio” es una lección de vida real, es un bumerán; y la aventura de esa reconstrucción, de esa huída, seguirá la aplastante lógica de los corredores en un circuito: la línea de salida y la de la meta son la misma. Y nos dejará con la dolorosa revelación de lo que somos: onironautas desorientados. Porque todos los onironautas somos víctimas de una pérdida o una búsqueda irremediables.
“Epitafio” nos pone los pies en el suelo. Leer “Epitafio” es aceptar que las circunstancias y los acontecimientos imprevistos alteran, modifican, trastocan nuestros planes de reedificación. Que los demás, sus actos y sus mareas nos influyen, nos arrastran, dejan en evidencia nuestra debilidad. Que no es posible huir del entramado de las relaciones humanas, escapar de su influjo y su carga. Que nuestro margen de maniobra está acotado dentro de unos límites y ordenado por unas reglas de juego. "Epitafio" es recordarnos que podemos elegir la plaza de aparcamiento, pero siempre dentro del mapa de un parking cerrado.
“Epitafio” es un texto que muta, modifica una idea preconcebida: el desprecio por lo que tenemos más cerca, junto a nosotros. “Epitafio” es regresar y reconocer el temor a la pérdida, es encontrarnos con el reflejo sin amabilidad de nuestro menosprecio, darnos de bruces con el monstruo, el espacio en blanco que nosotros mismos habíamos creado con nuestro derribo; la tierra que nos echamos encima, el plomo de la culpa propia.
Al final, asustado, adocenado; argonauta derrotado; tan sólo quedará satisfacer el precio que hay que pagar para obtener el perdón y la indulgencia. La piedad en nuestro epitafio.
Paloma González Rubio. “Epitafio”. Ediciones de La Discreta. Madrid, 2010.
2 comentarios:
Muy sugerente la reseña del libro. Lo compraré. No conocía ni la autora ni la editorial.
Otra cosa, para hacerte llegar alguna información ¿qué camino hay que seguir? En el Blog no aparece correo electrónico alguno que yo sepa encontrar.
Un saludo
Un libro con el que escarbas bien dentro de ti es siempre un tesoro magnífico, una oportunidad de aprender de uno mismo, algo que me gusta hacer con todo género. Según comentas éste es de los que se lleva la palma. Lo tendré en cuenta. Gracias, un saludo.
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