martes, 3 de agosto de 2010

Mirar

Podemos mirar la vida representada en la televisión hasta quedarnos dormidos. Podemos ver y olvidar. Y podemos mirar desde la calle las ventanas. La luz azulada que parpadea. Ver de otra forma.
Podemos ir en el coche detrás de un camión y golpear nerviosos el volante. Arriesgar por adelantarle. Ir más rápidos. Llegar antes. Podemos estar detenidos en un atasco con la miada perdida en un punto fijo. En el depósito de la gasolina y en el reloj. Y podemos ir por la carretera y asombrarnos de los colores, sus formas y sus nombres. Ver lo que está cerca y lejos, envolviéndonos.
Podemos caminar o estar sentados sin mirar a nuestro alrededor. Y podemos percibir los detalles. Detener la mirada.
Y quizás se trate de eso. Simplemente. Darnos cuenta de lo sencillo y lo real. De lo que está junto a nosotros. De no quedarnos flotando en la superficie. Indemnes. Indiferentes. Que vivir se trata de parar y mirar. Contemplar. Sentir. Expresar. Guardar.
Porque sólo la poesía tiene esa virtud. Sólo la poesía puede marcar ese ritmo. Sólo la poesía consigue con sus palabras la mirada intensa, lenta, absoluta; incondicional. Sólo la poesía reduce el espacio y lo acerca a lo íntimo. A lo esencial. Y eso es lo que Jesús Miramón nos muestra y enseña en “El sueño del erizo”.
Podemos correr para llegar antes y no ver nada. Podemos vivir sin retener nada. Podemos vivir rápido sin contemplar, sin guardar el tiempo que se escapa. Salir ilesos y vacíos. Y podemos vivir y mirar, vivir y recordar, vivir y subrayar.
Podemos vivir pasando por encima de la vida. Vivir sin advertir. Y podemos escuchar el ritmo de las palabras encadenadas a la respiración y a la contemplación del silencio. El rumor de las olas sobre la piel. Podemos sentir cómo Jesús Miramón nos devuelve algo que perdimos. Algo necesario, vital e indispensable. Algo que es contrario a lo que estamos habituados. Algo que es lo opuesto a esas soluciones rápidas y asépticas que consumimos. A lo inmediato y lo fácil. Al barniz y la estética. Vivir delante de un escaparate, vivir delante de todo sin ver nada.
Porque Jesús Miramón escribe de lo que oímos y lo que vimos. De lo que sabemos y recordamos. De lugares, caminos y paisajes. Árboles solitarios y naturaleza junto a las autopistas. Viendo lo que para otros pasa inadvertido.
Escribe y refleja gestos cotidianos cargados de sentido. Del recuerdo que nos traen los olores y dónde nos lleva la música. Desiertos y acantilados. Viajes y otra edad. El sabor intacto de los besos.
Palabras que dan forma a los años, los secretos y las noches. De lo que estuvo antes y ahora. De lo que siempre vuelve. Siestas de verano y silencio. Conciencia de lo que somos. Reconciliarnos con nosotros y nuestra existencia. Vernos reflejados en instantes próximos, iguales. Observarnos y aceptarnos en los gestos mínimos. Sonidos, olores; biografía formada por familia, pasado y presente. Biografía hecha de personas: padres, mujer, hijos, trenes, amaneceres, cielos y trabajos. De nosotros y otros lugares, otro tiempo.
Despedidas, instantes grabados, diálogos, mudanzas, nubes panorámicas, el olor de las hojas, las calles vacías, la hierba mojada, las nueces y la lluvia.
Jesús Miramón nos enseña a mirar la naturaleza y sentirnos afortunados y pequeños. Nubes que amenazan tormenta, sol del alba, campos segados. A detenernos y observar, escuchar lo que está fuera, junto a nosotros, lo que palpita dentro.

Jesús Miramón. “El sueño del erizo”. Prames Editorial. Zaragoza, 2001. XXXIII Premio de Poesía “Hermanos Argensola”, Barbastro, 2001.

1 comentario:

andandos dijo...

Estoy de acuerdo en todo, Luis. Me alegro mucho de que te haya gustado este libro.

Un abrazo