Conocí su nombre cuando le dieron el premio Luis del Val. Y descubrí este libro por el Boletín Semanal del Centro del Libro de Aragón. Y me resultó asombroso e indignante que un escritor premiado tuviera que recurrir a la autoedición para ver publicados sus relatos.
Me puse a buscarlo empujado por ese premio y esa reivindicación en solitario. Y lo busqué todavía con más interés cuando mi librería habitual fue incapaz de conseguirme un ejemplar. Un libro autoeditado y sin distribuidor. Un libro a contracorriente. El libro de un escritor premiado que parecía condenado a quedarse en nada. La noticia de un día en la prensa local. Papel de vida efímera.
Conseguirlo se convirtió en el reto de un falso bibliófilo a la búsqueda y captura de una edición rara, limitada y desconocida. Arqueólogo de moderno papel. Descubridor de continentes minúsculos.
Me puse a buscarlo empujado por ese premio y esa reivindicación en solitario. Y lo busqué todavía con más interés cuando mi librería habitual fue incapaz de conseguirme un ejemplar. Un libro autoeditado y sin distribuidor. Un libro a contracorriente. El libro de un escritor premiado que parecía condenado a quedarse en nada. La noticia de un día en la prensa local. Papel de vida efímera.
Conseguirlo se convirtió en el reto de un falso bibliófilo a la búsqueda y captura de una edición rara, limitada y desconocida. Arqueólogo de moderno papel. Descubridor de continentes minúsculos.
Y al encontrarlo en una librería especializada sentí la satisfacción del cazador. La emoción de encontrar un objeto único perdido en el fondo del mar. Y al tenerlo entre mis manos y leer los chistes sin gracia de la contraportada sentí la primera decepción. Dudé. Pero Luis del Val lo había premiado y en la portada decía: “Una colección de relatos con premio de Alfredo Mozas García”. Así que decidí seguir adelante. Y al comenzar me llevé la segunda decepción con la “Nota del censor” de la primera página que insistía en el mismo estilo sin gracia.
Y pensé en Beria, en que Alfredo había ganado recientemente el Santa Isabel de Narrativa. Pensé que aquello era una boutade del autor, algo para reírse de sí mismo.
Pero al terminar de leerlo estuve tentado de hacer BookCrossing por primera vez en mi vida. Dejarlo abandonado en cualquier banco de un parque de esta ciudad y olvidarme de él. Y recordé también a aquel escritor y su piscina. Y pensé en lanzarlo, como si fuera un frisbee, desde la ventana y verlo volar en picado hasta estrellarse en la superficie y hundirse. El agua borrando la tinta y su rastro.
Pero en lugar de eso preferí pensar en “Beria y alrededores”. Pensar en el futuro. Y en el pasado. En que todos tenemos un muerto en el armario. Que los escritores evolucionan, se desarrollan, progresan. Que esta colección de relatos podría ser el antecedente, el prólogo, el presagio de lo que está por venir. Que había momentos que merecían la pena. Destellos, fogonazos de luz.
Y me olvidé del relato final que ni siquiera yo, que soy un bocazas, hubiera puesto en un libro. Me olvidé de lo insustancial y me quedé con esa belleza presentida y encontrada. Con la tormenta y la sequía.
Pero al terminar de leerlo estuve tentado de hacer BookCrossing por primera vez en mi vida. Dejarlo abandonado en cualquier banco de un parque de esta ciudad y olvidarme de él. Y recordé también a aquel escritor y su piscina. Y pensé en lanzarlo, como si fuera un frisbee, desde la ventana y verlo volar en picado hasta estrellarse en la superficie y hundirse. El agua borrando la tinta y su rastro.
Pero en lugar de eso preferí pensar en “Beria y alrededores”. Pensar en el futuro. Y en el pasado. En que todos tenemos un muerto en el armario. Que los escritores evolucionan, se desarrollan, progresan. Que esta colección de relatos podría ser el antecedente, el prólogo, el presagio de lo que está por venir. Que había momentos que merecían la pena. Destellos, fogonazos de luz.
Y me olvidé del relato final que ni siquiera yo, que soy un bocazas, hubiera puesto en un libro. Me olvidé de lo insustancial y me quedé con esa belleza presentida y encontrada. Con la tormenta y la sequía.
Me olvidé de esos relatos sin gracia y ese cuento hecho a medida para un concurso y me quedé con el murmullo que se escucha entre el ruido. Como escuchar un poema entre los decibelios de una discoteca. Con ese amor sordo y la vida escrita y dibujada en un papel. El humor contenido y la ironía de un buzón lleno de lluvia. Y ese transfondo hermoso que se queda entre las líneas de un apunte de escritura y al que me agarré para no hundirme. Me olvidé de lo demás y me quedé con “La confesión” y “Todo lo que cabe en un susurro”. Dos flores entre la paja, el humo, las caricaturas, el chiste y la nada. Quizás el precedente, los alrededores de lo que está por venir.
Me olvidé del pasado y me quedé esperando a Beria.
Alfredo Mozas García “Odio tener que contarlo”. Yo me lo guiso Editorial. Burgos, 2009.
Me olvidé del pasado y me quedé esperando a Beria.
Alfredo Mozas García “Odio tener que contarlo”. Yo me lo guiso Editorial. Burgos, 2009.
1 comentario:
Si señor, así es, sacó su libro por sus medios, sin editorial... hablé con él sobre su aventura tirando hacia adelante. Fue uno de los ejemplos que me confirmaron que se puede, debe y quizas, lo merezca... el creer en uno mismo y evitar. al "sistema"
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