Resulta complicado comenzar un libro con un relato perfecto. Te pasas el resto con las malditas comparaciones, leyendo con la ansiedad de esperar que aparezca otro igual. Y te encuentras con alguno bueno, muy bueno incluso, pero ninguno como el primero. Y te cabreas, te sientes defraudado y piensas en claves personales, en un libro publicado no por razones literarias sino por razones de amistad y como homenaje póstumo. Y empiezas a escribir diciendo que los relatos de Sergio Algora tienen destellos brillantes pero que falla el conjunto. Que es un libro desigual, con algunos –los menos- buenos relatos, pero con otros –los más- que no pasan de ser una idea original, una excentricidad surrealista, un múltiple desvarío, algo tan sólo divertido. Como cuando un amigo te preguntaba qué te había parecido su novia y por no decirle la verdad le decías que era muy simpática
Y pensando en encontrar los aspectos positivos de “No tengo el placer” acepté los breves y hermosos instantes poéticos, la originalidad de sus historias y su imaginación desbordante. Quise ver un homenaje a los cómics de ciencia ficción y al cine de terror, a las películas de Tarantino, a los delirios etílicos, a las carcajadas de fin de semana, al humor y las pesadillas. Y encontré también la crítica a una sociedad deshumanizada, a la egolatría del artista, al pensamiento uniforme y al lado oscuro de la política, el poder y la avaricia.
Pero al repasar los subrayados y releer algunos párrafos de los relatos que me habían gustado como “El fantasma”, “El silencio de Clara”, “La biógrafa”, y, sobre todo, “El nuevo novio de mi hermana” con Albert Bellok metido en una historia de chantaje fotográfico y su mujer Maricruz que “comienza a cantar mientras sus uñas rojas se hunden en mi teclado Casio”, “La música pop” con la historia de un hijo de Dios, hermano pequeño de Jesús, que “pasaba tanto tiempo realizando milagros en los bares que decidí montar uno para que no me costara dinero ayudar a la gente”, y “El zombi” con un tipo que resucita con tres balazos en el cuerpo y entra en un bar a beber después de ser desenterrado en un parque por un perro, me di cuenta que los relatos de Sergio se tratan de otra cosa. Que quizás no se trate sólo de lo que parecen. Me hicieron recordar aquella época en la que sentados en algún bar inventábamos historias absurdas y surrealistas con las que nos descojonábamos. Cuando la imaginación no tenía límites y nos hubiera gustado ser repartidores de butano en una película porno y nos fascinaban las películas de asesinos locos y violentos porque nos creíamos inmortales. Aquella época en la que nos gustaba leer libros como “El dragón rojo” de Thomas Harris. Luego todo eso desapareció. Nuestra imaginación, el descojone, se lo comió la rutina y nos preocupamos por pagar los plazos del coche y los trajes a medida.
Sergio eligió su forma de contar y de entender la vida, y de ser fiel a si mismo. “Sin veneno, sin excitantes, sin drogas, sin grasas, sin oscuridad, el mundo se vería obligado a verse tal como es ¿Quién quiere eso?” Su estilo no es brillante, no es literatura en mayúsculas, pero su mérito está en no haber perdido aquella imaginación que se nutría de películas, bares, poesía, música, ironía y absoluta libertad. Continuar, joven y maduro, genuino y mordaz, con aquella manera de ver la realidad sin jaquecas ni medias suelas. Como cuando bebíamos a morro quintos de cerveza en bodegas baratas e íbamos tres amigos en una vespa por la ciudad y nos reíamos contándoles a las chicas que éramos trapecistas de circo.
Sergio Algora. “No tengo el placer”. Xordica Editorial. Zaragoza, 2009.
Y pensando en encontrar los aspectos positivos de “No tengo el placer” acepté los breves y hermosos instantes poéticos, la originalidad de sus historias y su imaginación desbordante. Quise ver un homenaje a los cómics de ciencia ficción y al cine de terror, a las películas de Tarantino, a los delirios etílicos, a las carcajadas de fin de semana, al humor y las pesadillas. Y encontré también la crítica a una sociedad deshumanizada, a la egolatría del artista, al pensamiento uniforme y al lado oscuro de la política, el poder y la avaricia.
Pero al repasar los subrayados y releer algunos párrafos de los relatos que me habían gustado como “El fantasma”, “El silencio de Clara”, “La biógrafa”, y, sobre todo, “El nuevo novio de mi hermana” con Albert Bellok metido en una historia de chantaje fotográfico y su mujer Maricruz que “comienza a cantar mientras sus uñas rojas se hunden en mi teclado Casio”, “La música pop” con la historia de un hijo de Dios, hermano pequeño de Jesús, que “pasaba tanto tiempo realizando milagros en los bares que decidí montar uno para que no me costara dinero ayudar a la gente”, y “El zombi” con un tipo que resucita con tres balazos en el cuerpo y entra en un bar a beber después de ser desenterrado en un parque por un perro, me di cuenta que los relatos de Sergio se tratan de otra cosa. Que quizás no se trate sólo de lo que parecen. Me hicieron recordar aquella época en la que sentados en algún bar inventábamos historias absurdas y surrealistas con las que nos descojonábamos. Cuando la imaginación no tenía límites y nos hubiera gustado ser repartidores de butano en una película porno y nos fascinaban las películas de asesinos locos y violentos porque nos creíamos inmortales. Aquella época en la que nos gustaba leer libros como “El dragón rojo” de Thomas Harris. Luego todo eso desapareció. Nuestra imaginación, el descojone, se lo comió la rutina y nos preocupamos por pagar los plazos del coche y los trajes a medida.
Sergio eligió su forma de contar y de entender la vida, y de ser fiel a si mismo. “Sin veneno, sin excitantes, sin drogas, sin grasas, sin oscuridad, el mundo se vería obligado a verse tal como es ¿Quién quiere eso?” Su estilo no es brillante, no es literatura en mayúsculas, pero su mérito está en no haber perdido aquella imaginación que se nutría de películas, bares, poesía, música, ironía y absoluta libertad. Continuar, joven y maduro, genuino y mordaz, con aquella manera de ver la realidad sin jaquecas ni medias suelas. Como cuando bebíamos a morro quintos de cerveza en bodegas baratas e íbamos tres amigos en una vespa por la ciudad y nos reíamos contándoles a las chicas que éramos trapecistas de circo.
Sergio Algora. “No tengo el placer”. Xordica Editorial. Zaragoza, 2009.
2 comentarios:
Tu crítica sí que es brillante, como casi siempre, dejando dos o tres perlitas para enmarcar.
Siento que no te haya llenado el libro, me temía algo parecido. Puede que sea un homenaje y que no esté todo el material al nivel que debería.
Ya te comenté que todavía no había empezado a leer el libro, puede que tu comentario sea la espoleta. Coincido en bastantes de tus apreciaciones sobre la obra de Algora. Si no has leído su primer libro de relatos, te emplazo a ello para que tengas una visión de conjunto. A mí, éste sí que me gustó bastante.
Un abrazo, maestro
Espero que lo leas pronto y me cuentes. Me interesa tu opinión, además ser compañeros de instituto, conoces mejor que yo la obra de Sergio.
Lo del homenaje póstumo lo desmiente la nota final de Usón (el editor) pero yo creo lo contrario, creo que hubiera quedado un libro más redondo seleccionando los relatos, hubiera sido un homenaje mejor para Algora.
Seguiré tu sensato consejo y después de las vacaciones pediré a Xórdica el otro libro.
Un fuerte abrazo.
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