lunes, 20 de julio de 2009

De la metamorfosis y los cometas

Que alguien te confunda con otro es la ocasión perfecta para vivir una aventura. Imagínatelo.
Por error un tipo te entrega un sobre y tu trabajo consiste en encontrar al destinatario.
La oportunidad para dejar de ser un vulgar insecto y creerte un agente secreto en misión especial. Muchos hemos querido alguna vez protagonizar ese sueño peliculero.
Que una casualidad ponga a una mujer adorable en la órbita de un solitario es un golpe se suerte. Como encontrarte un billete de lotería premiado en mitad del desierto. Lo malo es que el décimo tenía un hilo atado en un extremo y el dueño tan sólo tiene que dar un tirón para recuperarlo y dejarte a ti con las manos vacías.
Pero “El club de los estrellados” no es una simple aventura urbana ni una triste historia de amor intimista. Son dos amigos, dos hombres, dos historias, dos líneas que parten del mismo punto muerto. Y que como en esos gráficos de las cotizaciones en bolsa, llevan el mismo camino pero en sentidos opuestos, mientras una sube la otra baja. Los dos se arriesgan, pero uno vence y el otro pierde. Uno actúa, el otro contempla y escucha. Mientras uno -jamesbond narizotas, orejón y peludo- vive su propia aventura repleta de sexualidad y valor que le hará ganar el amor, el otro pasa los días coleccionando por entregas un monólogo devastador y cruel que al final le dejará sin premio.
Los dos forman parte de un club de solteros, divorciados o viudos que se dedican los sábados por la noche a observar estrellas para huir de alguna de las múltiples versiones de la soledad. Lo que pasa es que uno -fetichista de la ropa interior femenina, hermafrodita y voyeur que combate la depresión de su rutinaria soledad con ansiolíticos y que duerme recurriendo a la química- se lanza por un tobogán que le hará transformarse en un kamikaze enamorado; mientras que el otro –tímido crónico- apuesta al amor con la desventaja del gafe y el destino del pagafantas: ser el perfecto confidente, el amigo fiel. A uno la casualidad le lleva hasta la mujer adecuada, al otro la casualidad le trae junto a él a una mujer herida de cáncer y amor incurable. Uno es capaz de entrar en territorio enemigo y liberar rehenes, el otro tendrá que contemplar las típicas sonrisas, la emoción del reencuentro, los nervios frente al armario y el espejo dedicados a la cita con otro hombre.
Los dos asisten a un striptease emocional: uno al propio, otro a uno ajeno. Uno encuentra la mirada, el cuerpo y el sabor, las caricias y el silencio que llenan el vacío de su vida, el alumbramiento que le llevará a luchar en una guerra a la inversa, a luchar no para sobrevivir sino para dejar de estar muerto. El otro contemplará sin sexualidad ni deseo el cuerpo desnudo de una mujer y tendrá que soportar la dolorosa exhumación del pasado, escuchar resignado las palabras que le dejan fuera de juego. Los dos descubren algo: uno lo que no sabía y llevaba tiempo buscando y el otro la confirmación de lo que ya conocía.
La novela de Joaquín asombra y divierte, desgarra y duele, habla de liberación y secretos, conquistas y despedidas, de aves migratorias y crisálidas; hace posible lo increíble y dolorosamente real lo imposible. Habla de la metamorfosis animal de un hombre, un extraño héroe con peluca, liguero y tacones; y de un solitario melómano, astrónomo privilegiado, que tuvo la suerte de contemplar, sin telescopio y a plena luz del día, a un hermoso cometa, una estrella fugaz e inalcanzable, que quizás, porqué no, algún día regrese.

Joaquín Bergés. “El club de los estrellados” Tusquets Editores. Barcelona, 2009.

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