sábado, 4 de abril de 2009

Memoria de los días oblicuos

“Hay libros que uno desearía no haber escrito nunca”. Así empieza “Heridas causadas por tres rinocerontes” de Fernando Sanmartín. Y tiene razón.
Porque este es un libro escrito desde el sufrimiento y la fiebre. Un libro escrito junto a un hijo enfermo. Un niño con la cabeza sin pelo. El rostro que no desearías ver.
Unos días oblicuos, de niebla y ceniza, en donde los recuerdos de un pasado sin dolor se enfrentan a un presente convertido en un abismo. Un hijo con un gotero en el brazo, un niño con un pijama azul que juega en una habitación sin balcón. El lugar donde no quisieras estar.
Una enfermedad que es un desgarro. Una traición, un desorden. Un padre metido en un sótano sombrío. Un hijo en un hospital, y la casa vacía, oscura sin él. Su habitación convertida en el rectángulo perfecto de la soledad.
Un futuro incierto, sin respuesta, sin afirmaciones. Una vida convertida en el capricho del destino. Un tal vez. Días de viento para un equilibrista sin pértiga.
Hasta que un día el niño regresa a casa. Y su risa es una nueva luz. Y la rutina algo que alimenta. La vida vuelve a ser como antes. Y sufrir la enfermedad y la desesperación ha servido para ganar la conciencia, comprender que la vida es un boceto, un alquiler.
Vivir con la sensación de ser un indultado, vivir un nuevo día que ya no conseguirá descosernos, doblarnos. Y el presente se convierte en un nuevo cumpleaños de esperanza. Días de tregua, sin agujas, sin fluorescentes blancos, sin la frente ardiendo. Sin ese vivir a trompicones, sin noches sin dormir, sin el insomnio de la desdicha, el rostro cansado, ojeras y monólogos.
Y la vida que recupera su forma, y el hijo vuelve a jugar al fútbol. Y el presente es una excursión, unos días en las montañas, una tarde en el parque de atracciones que no es una mentira, su sonrisa saltando en las camas elásticas. Un niño que vuelve a subirse a un columpio y a jugar en el tobogán. Los días tristes que se marchan por el desagüe del olvido.
Y la historia de ese montañero que desapareció cuando descendía de la tercera montaña más alta del planeta cobra un sentido especial. Aquel montañero que regresó vivo después de dos noches perdido en el hielo. La historia de un superviviente.
“Hay libros que uno desearía no haber escrito nunca”. Y tiene razón. Ojala no hubiera tenido que hacerlo, porque Fernando lo hizo cuando a su hijo, antes de cumplir cuatro años, le diagnosticaron una leucemia. Un alud que le sepultó y del que, afortunadamente, los dos salieron vivos.
Te diré que, impregnado en tu rabia y sufrimiento, he llorado contigo. Y que he pensado en mi fortuna, que no está a salvo de la enfermedad, el infortunio, la pesadilla y el corazón roto.
Te daría las gracias por haberlo escrito, por toda su poesía que habla del dolor, la conciencia, la esperanza, la felicidad, el conocimiento. Por toda la amistad agradecida que hay en sus páginas.
Pero en lugar de eso te diré que me alegro. Que me alegro mucho de ese final, del dolor fosilizado en una carpeta olvidada, de ese regreso a la vida. Por los dos. Por tu hijo. Por ti.

Fernando Sanmartín “Heridas causadas por tres rinocerontes” Xordica Editorial. Zaragoza, 2008. 
Dibujos de la portada de Jorge Sanmartín.

4 comentarios:

E.Molins dijo...

Una reseña muy emotiva, Luis. Como bien dices, "la cuna se mece sobre el abismo" -V. Nabokov-.

Anónimo dijo...

Excelente crítica, con el tacto suave del guante de un numismático.

Luis Borrás dijo...

Estimado Emilio:
Muchas gracias por haberte tomado la molestia de registrarte para dejar un comentario en la reseña.

Estimado Berbi:
Gracias por tus amables palabras.

Y, ahora, os digo algo a los dos, que tenéis tres hijos -como yo-. Supongo que este libro de Fernando resulta especialmente emotivo para un padre. La imagen de un hijo con esa edad y esa enfermedad se hace especialmente cruel. Y por eso, pensando en ello, puede dolernos más.
Aunque éste es un libro surgido de la enfermedad su mérito está en la forma en que Fernando habla de ella. No sólo del doloroso abismo que supone, también están la forma distinta de mirar, el después, la conciencia que deja, instantes que a partir de entonces viviremos de otra manera, la felicidad contenida en una tarde en un parque. Y también es un reconocimiento a la amistad, a las palabras justas en el momento necesario.

Gracias de nuevo a los dos.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

"Las palabras justas en el momento necesario"... me parece una de las mayores virtudes que puede tener un ser humano. Siempre he buscado esa virtud, pero nunca he sabido hacerlo, se me atragantan en el estómago.