Resulta una coincidencia trágica. En la familia de mi abuela materna se contaba una historia igual que esta de “La dama del Matarraña” pero al revés. Francisco, el hermano mayor, desapareció en el frente de Huesca. Un vecino de su pueblo, comisario político, celoso competidor por el amor de la maestra, vino un día con otros dos y se lo llevó. Nunca regresó. Nunca supieron dónde lo enterraron. Y su asesino nunca volvió al pueblo.
Y recuerdo también a mi abuela decir, con la mirada avergonzada, que en la guerra se hicieron muchas barbaridades. Ellos y Nosotros. Demasiados muertos. Demasiado odio.
Me siento afortunado por no haber vivido aquel horror. Haber crecido sin rencores. Sin heridas. Sin quemaduras. Y estoy convencido que lo peor de aquella maldita guerra vino después, cuando no se quiso la paz, la piedad ni el perdón. Que en lugar de eso se quiso la revancha, la humillación, la crueldad.
No creo en los maniqueísmos. En el blanco y negro. Tampoco en la descontextualización de la historia. Y esta novela quizás resulte un mensaje demasiado simple. Basta leer a Eladio Romero y su “Guerra civil en Aragón” para saber de un Alcañiz de ida y vuelta. Unos primero otros después. A Gil Novales y su “Mientras caen las hojas”, a Amaro Izquierdo y su “Belchite” y a Ignacio Martínez de Pisón y “Enterrar a los muertos”. Crueldad. Cobardía. Venganza. Hombres convertidos en bestias.
Pero la verdad se hace necesaria. Todo hombre la merece. Y siempre nuestra obligación está en conocer, escuchar y respetar el dolor que nace de la injusticia y el asesinato. “La dama del Matarraña” cuenta una historia perfectamente posible en aquella época. Porque la realidad siempre supera a la ficción. Cuenta el dolor incurable de una mujer herida, el esfuerzo y el valor de una familia por encontrar la paz en el único lugar donde se halla consuelo cuando la justicia ya no es posible: la verdad.
Por otra parte “La dama del Matarraña” es también una novela que reflexiona sobre el amor y el sexo. Sobre la relación entre hombres y mujeres. De cómo ha cambiado, afortunadamente, la posición de la mujer. El deseo reprimido de una generación hoy en día superado. La libertad ganada que ha dejado a algunos hombres desconcertados.
Con alguna digresión que considero innecesaria y gratuita, Aguirre nos habla del amor verdadero derrotando a lo banal. Descubrir lo que significa realmente el amor. Encontrar su plenitud. Y del tempo y el esfuerzo necesarios para obtenerlo, conseguirlo y valorarlo. La intensidad de un abrazo.
No creo en los maniqueísmos. En el blanco y negro. Tampoco en la descontextualización de la historia. Y esta novela quizás resulte un mensaje demasiado simple. Basta leer a Eladio Romero y su “Guerra civil en Aragón” para saber de un Alcañiz de ida y vuelta. Unos primero otros después. A Gil Novales y su “Mientras caen las hojas”, a Amaro Izquierdo y su “Belchite” y a Ignacio Martínez de Pisón y “Enterrar a los muertos”. Crueldad. Cobardía. Venganza. Hombres convertidos en bestias.
Pero la verdad se hace necesaria. Todo hombre la merece. Y siempre nuestra obligación está en conocer, escuchar y respetar el dolor que nace de la injusticia y el asesinato. “La dama del Matarraña” cuenta una historia perfectamente posible en aquella época. Porque la realidad siempre supera a la ficción. Cuenta el dolor incurable de una mujer herida, el esfuerzo y el valor de una familia por encontrar la paz en el único lugar donde se halla consuelo cuando la justicia ya no es posible: la verdad.
Por otra parte “La dama del Matarraña” es también una novela que reflexiona sobre el amor y el sexo. Sobre la relación entre hombres y mujeres. De cómo ha cambiado, afortunadamente, la posición de la mujer. El deseo reprimido de una generación hoy en día superado. La libertad ganada que ha dejado a algunos hombres desconcertados.
Con alguna digresión que considero innecesaria y gratuita, Aguirre nos habla del amor verdadero derrotando a lo banal. Descubrir lo que significa realmente el amor. Encontrar su plenitud. Y del tempo y el esfuerzo necesarios para obtenerlo, conseguirlo y valorarlo. La intensidad de un abrazo.
Y también nos habla del valor de la amistad. De la suerte de encontrar al que nos ayude a comprender, que nos escuche y enseñe. De la sinceridad y la coherencia. Del saber escuchar. Del inmenso valor de la experiencia. De lo que aprendemos del dolor. De la constancia y la voluntad. Del valor de un objeto. Y el consuelo de un poema.
Francisco Javier Aguirre, “La dama del Matarraña”. March Editor, Tarragona, 2009.
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