viernes, 6 de noviembre de 2009

Cruzando puentes, atravesando desfiladeros

Uno va conformando poco a poco sus refugios. Sus islotes, sus pasaportes. Lugares donde cobijarse y dejar de sentir vértigo y frío en pleno agosto. Salvavidas de papel.
Voy acumulando en una balda de mi biblioteca los libros que salvaría de un incendio. Esa treintena que metería en una bolsa y con la que saldría huyendo escaleras abajo. Salvoconductos que me librarán de morir de inanición y vacuidad.
Alguien dirá que soy un exagerado. Y tendrá razón. Pero me conozco y sé que soy un tipo cobarde y débil, un mendigo que necesita arropase con papeles manchados con las letras que le producen consuelo. Tener mi propio cofre mágico, igual que Andrés Trapiello fabricó su propia “Arca de las palabras”, mi propia enfermería, un lugar al que acudir para encontrar párrafos con los que poder curar mis estados de ánimo y sus arañazos.
Y descubrir palabras nuevas para añadir a ese cofre. Una palabra que sea ganzúa, tragaluz. Una palabra que nunca había oído antes, que me faltaba, que nunca había pronunciado: Recomenzar. Una palabra que es una contraseña.
Y Fernando me hace asomarme a lo que soy. A los viajes hechos, a las fantasías que se cumplieron, a lo inútil, a las transacciones, a los engaños, a lo grotesco, a los temores. A lo que está oculto pero permanece ahí. A libros y poetas desconocidos A lo que he sido y a lo que nunca seré.
Y me siento ridículo y abrumado. Pero también me siento acompañado. Contemplo menos turbio mi reflejo.
Y descubro palabras guardadas en algún rincón del silencio. La forma exacta de nombrar algunos presentimientos. Me siento liberado de un peso indefinible. Y las palabras de Fernando se convierten en contrapeso. En barra de equilibrista.
Cada uno buscamos un tono, una medida, un color favorito, una temperatura. Un lugar secreto donde escondernos y buscarnos.
Vuelvo a sentirme afortunado. Porque en poco tiempo he descubierto los refugios donde guarecerme del viento y las tormentas cotidianas. De las dudas que me asaltan a mano armada al doblar la esquina.
Ya no haré viajes en solitario. Tan sólo pequeños instantes de soledad. Treguas, tiempos muertos que son de saldo, lo que nadie necesita o quiere, minutos de chamarilero, como objetos defectuosos en el puesto de un trapero.
Ya no cogeré trenes y aviones en solitario. Pasó mi oportunidad. No lo hice cuando pude. No lo hice porque era un cobarde.
Ahora debo conformarme con otros viajes, otras búsquedas. Y Fernando con sus palabras me anima a cruzar puentes y atravesar desfiladeros. Esos túneles mal iluminados de las rutinas y las palabras pendientes.
Fernando me muestra las contraseñas para entrar, la forma de saludar y presentarme ante mis acreedores, negociar treguas y aplazamientos, renegociar la deuda, las condiciones, las cláusulas de la rendición y ponerle nombre a los expósitos, a los sentimientos huérfanos, a los abandonos y a los cuadernos cerrados. Aceptar los límites, lo que resulta imposible. A salir a la calle y pasear, hablar conmigo mismo.
"Es cierto que hay viajes que te hacen diferente, distinto. Viajes que nos muestran que la vida puede ser una carta que no llega. Viajes que tienen algo de llave para entrar en un espejo. Viajes para viajar a la conciencia. Y estas notas pertenecen a un viaje en el que están todos esos viajes".
Tan sólo copiaré éste párrafo. Pero será suficiente. Y ahora el juego. Basta cambiar viajes por libros. Y al final, en la última línea decir: Y estas notas pertenecen a un libro en el que están todos esos libros.

Fernando Sanmartín, “Viajes y novelerías”. AMG Editor, Logroño, 2004.

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