Para hablar de “15 maneras de decir amor”, la última novela de María Frisa, podría coger un folio en blanco y escribir cien veces seguidas la palabra maravilla.
Pero, en lugar de eso, me levanto y miro por la ventana. Y veo a gente desconocida caminar por la calle, y trato de adivinar en su rostro un gesto que me hable del dolor o la felicidad, la derrota o la esperanza. Y mientras miro sus caras escucho lejana la sirena de una ambulancia, la música que se escapa de algún bar abierto, el eco de una carcajada, un suspiro y un insulto.
Y alguien que no conozco se para en mi portal y llama al portero automático; y pienso en mis vecinos, en sus gritos detrás de los tabiques y en sus sonrisas en el ascensor o en el supermercado. Y pienso en lo que sé de sus vidas y en lo que ellos creen saber de la mía.
Y pienso en los amigos, que se cuentan con los dedos de una mano; y en mi familia y en todas sus imperfecciones. Suyas y mías. Nuestras.
Vuelvo a mirar por la ventana y veo a todos esos desconocidos cruzarse en silencio, y entiendo que de los demás sabemos poco o nada; que en realidad, tan sólo sabemos de ellos lo que nos han querido contar, nos han dejado saber.
María, en “15 maneras de decir amor”, les pone voz a esos desconocidos. Les pone rostro y forma a sus cuerpos, causa y razón a sus profundas heridas y a la triste luz de sus ojos. María nos muestra sus monólogos, la carga de profundidad de sus pensamientos, la saliva que cuesta tragar y el nudo en el estómago. Nos hace saber que, en éste mundo estrecho y pequeño, nuestro destino puede depender de otras vidas que se cruzan en el camino.
María ha creado una maravillosa novela para narrarnos la historia de unas vidas corrientes que la tragedia de un asesinato destruyó por completo. Vivir bajo la aniquiladora sombra de la muerte, sometidos por un dolor que lo pudrirá todo. Una vida destruida por el remordimiento y el sentimiento de culpa. Vivir con deseos de morir.
Una vida en la que el amor son besos equivocados, engaño y egoísmo. Unas vidas que se cruzan con otra que parece perfecta y dorada, pero, que en realidad, esconde y calla su desesperación, su imperfección, su triste vacío.
Unos lloran y se resignan, otros callan y crecen con su odio. Unas vidas que tendrán la desgracia de cruzarse con otra que finge, que les arrastrará y destruirá en el largo camino de su mentira.
Una vida en la que se cruza y descubre la amistad, almas gemelas que comparten citas literarias, canciones y poemas. Pero ese amor imposible, el consuelo y la complicidad, termina perdiéndose por las palabras no dichas, lo que no se atrevieron a contar, el dolor ocultado, los mensajes que no entendimos, los gritos de auxilio que se quedaron dentro de los ojos y ese temblor en las manos por el que no se preguntó. El silencio levantando su muro infranqueable.
Y unos padres y una hija que conviven separados por todo lo que les une. Un error del que sólo se tendrá conciencia ante el salto sin retorno del suicidio, una vida que se querrá recuperar cuando ya es demasiado tarde.
Y reconozco que he llorado. Que he llorado por los recuerdos, por las vidas ingratas, por las marcas y las heridas, el sufrimiento y las derrotas. Por las palabras dichas a destiempo, los ojos cerrados y las uñas mordidas.
“15 maneras de decir amor” me ha enseñado que vivir es arrepentirse, saber pedir perdón a tiempo; escuchar, comprender cuando tiene remedio, no cuando ya no podemos devolver la llamada. Que necesitamos vomitar nuestros secretos, librarnos de nuestro dolor, dejar salir las penas. Que necesitamos sabernos queridos, confiar en que alguien nos recordará y echará de menos.
Y al final, tras el aleteo de una mariposa y su efecto, encontré una novela dentro de otra. Y en una noche todo sucede y cambia. Que existen la fortuna y las segundas oportunidades, y que el destino es el afán de supervivencia. Y que todo comienza por el principio, por hacer retroceder el tiempo y empezar a deshacer el dolor.
Pero, en lugar de eso, me levanto y miro por la ventana. Y veo a gente desconocida caminar por la calle, y trato de adivinar en su rostro un gesto que me hable del dolor o la felicidad, la derrota o la esperanza. Y mientras miro sus caras escucho lejana la sirena de una ambulancia, la música que se escapa de algún bar abierto, el eco de una carcajada, un suspiro y un insulto.
Y alguien que no conozco se para en mi portal y llama al portero automático; y pienso en mis vecinos, en sus gritos detrás de los tabiques y en sus sonrisas en el ascensor o en el supermercado. Y pienso en lo que sé de sus vidas y en lo que ellos creen saber de la mía.
Y pienso en los amigos, que se cuentan con los dedos de una mano; y en mi familia y en todas sus imperfecciones. Suyas y mías. Nuestras.
Vuelvo a mirar por la ventana y veo a todos esos desconocidos cruzarse en silencio, y entiendo que de los demás sabemos poco o nada; que en realidad, tan sólo sabemos de ellos lo que nos han querido contar, nos han dejado saber.
María, en “15 maneras de decir amor”, les pone voz a esos desconocidos. Les pone rostro y forma a sus cuerpos, causa y razón a sus profundas heridas y a la triste luz de sus ojos. María nos muestra sus monólogos, la carga de profundidad de sus pensamientos, la saliva que cuesta tragar y el nudo en el estómago. Nos hace saber que, en éste mundo estrecho y pequeño, nuestro destino puede depender de otras vidas que se cruzan en el camino.
María ha creado una maravillosa novela para narrarnos la historia de unas vidas corrientes que la tragedia de un asesinato destruyó por completo. Vivir bajo la aniquiladora sombra de la muerte, sometidos por un dolor que lo pudrirá todo. Una vida destruida por el remordimiento y el sentimiento de culpa. Vivir con deseos de morir.
Una vida en la que el amor son besos equivocados, engaño y egoísmo. Unas vidas que se cruzan con otra que parece perfecta y dorada, pero, que en realidad, esconde y calla su desesperación, su imperfección, su triste vacío.
Unos lloran y se resignan, otros callan y crecen con su odio. Unas vidas que tendrán la desgracia de cruzarse con otra que finge, que les arrastrará y destruirá en el largo camino de su mentira.
Una vida en la que se cruza y descubre la amistad, almas gemelas que comparten citas literarias, canciones y poemas. Pero ese amor imposible, el consuelo y la complicidad, termina perdiéndose por las palabras no dichas, lo que no se atrevieron a contar, el dolor ocultado, los mensajes que no entendimos, los gritos de auxilio que se quedaron dentro de los ojos y ese temblor en las manos por el que no se preguntó. El silencio levantando su muro infranqueable.
Y unos padres y una hija que conviven separados por todo lo que les une. Un error del que sólo se tendrá conciencia ante el salto sin retorno del suicidio, una vida que se querrá recuperar cuando ya es demasiado tarde.
Y reconozco que he llorado. Que he llorado por los recuerdos, por las vidas ingratas, por las marcas y las heridas, el sufrimiento y las derrotas. Por las palabras dichas a destiempo, los ojos cerrados y las uñas mordidas.
“15 maneras de decir amor” me ha enseñado que vivir es arrepentirse, saber pedir perdón a tiempo; escuchar, comprender cuando tiene remedio, no cuando ya no podemos devolver la llamada. Que necesitamos vomitar nuestros secretos, librarnos de nuestro dolor, dejar salir las penas. Que necesitamos sabernos queridos, confiar en que alguien nos recordará y echará de menos.
Y al final, tras el aleteo de una mariposa y su efecto, encontré una novela dentro de otra. Y en una noche todo sucede y cambia. Que existen la fortuna y las segundas oportunidades, y que el destino es el afán de supervivencia. Y que todo comienza por el principio, por hacer retroceder el tiempo y empezar a deshacer el dolor.
María Frisa. “15 maneras de decir amor”. Ediciones Martínez Roca. Madrid, 2008.
3 comentarios:
¡Qué grande es Marisa y su prosa!
Otra desconocida para este monaguillo que gracias a tu comentario se convierte en cercana. Excelente visión sentimental de una obra, introspectiva de un lector, una digestión inteligente
Gracias, José Ángel, por la visita y el comentario. Y estoy totalmente de acuerdo contigo, Marisa es muy grande. Miguel Carcasona ha hablado con mejor criterio que yo de esta magnífica novela en el blog de la Asociación Aragonesa de Escritores.
Gracias, Berbi. Ya somos dos monaguillos, tú y yo, uno a cada lado.
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