miércoles, 15 de octubre de 2008

Cabalgando de nuevo


Las películas del oeste nunca fueron para mí un argumento para jugar. Un paisaje desértico, polvoriento y caluroso, puebluchos de mala muerte, rebaños de vacas y tipos montados a caballo. Yo soy un niño de ciudad que creció viendo la televisión y que jugaba a “Los hombres de Harrelson” y a “Starsky y Hutch”.
Pero en “Vivo o muerto” están los diez relatos de un mundo propio. Están las diez historias que nos cuentan ese tiempo de la memoria cuando el mundo del oeste americano llegó a nuestro paisaje y se volvió real. Un mundo de aventuras y pistoleros con el que los niños soñaban al salir del cine, cabalgando sobre caballos invisibles y disparando con pistolas de madera. Los huertos eran bancos para atracar, en el pueblo peleaban dos bandas, y ver un colt auténtico podía ser la mayor de las aventuras y el motivo para caer en una trampa.
Un mundo real que los adultos tuvieron la oportunidad de vivir para morir sin decir una frase, la excusa para abandonar el pueblo y trabajar en el cine de extra, beber whisky y cambiarse el nombre. Convertirse en lo que no eran.
Cuando el viento cambió y las caravanas se fueron, los niños mudaron de juego pero los adultos se cayeron de golpe del sueño. Los Estudios donde se inventaba el oeste cerraron, y les quitaron sus sombreros y sus pistolas. Ya no tendrían que morir bien, ahora tendrían que vivir trabajando de albañiles o vendiendo chicles y tabaco en un cine. Pasó su juventud, se gastaron el dinero y se bebieron todas las noches entre sonrisas y partidas de cartas. Ahora sienten lástima de sí mismos y cuentan a los camareros películas del oeste.
En ese mundo de “Vivo o Muerto” había también directores de cine. Profesionales despreciados por sus compañeros porque consideraban a esos spaghetti-westerns productos de serie B; un burdo espectáculo de entretenimiento que resulta hoy patéticamente cómico y repetitivo.
Ese mundo era la pasión y el motivo para vivir de un pastelero que al cerrar el negocio se convertía en Frank Logan, se encerraba en la cocina después de cenar, sacaba el estuche de la Olivetti y se ponía a escribir novelas del oeste. Historias de sangre y polvareda.
Los actores eran rubios, con ojos azules y de nombre americano, pero que resultaban ser italianos. Como el pelo y los ojos de una belleza que duele entrevista en un cine de verano por donde revoloteaban los murciélagos. Un tiempo para jugar a los cow-boys y descubrir que el amor es un dolor triste y dulce que oprime el pecho.
Las actrices sufrían mal de amores, se sentían cansadas y desdichadas y sentían ganas de huir mientras su belleza las convertía en mitos eróticos ante el espectáculo de sus piernas desnudas y la insinuación de que no llevaban nada bajo un poncho de lana.
Los actores americanos, estrellas y canallas, conquistaban a las mujeres de los pueblos donde llegaban con su acento extranjero y sus gafas de espejo. Ellas caían enamoradas de esos falsos pistoleros de mano zurda que les prometían volver pero que no cumplían sus promesas. Penélopes españolas a las que la espera y el engaño volvía locas. Hijos bastardos del falso amor, rubios en un pueblo de rostros sucios que se vengarán del mundo, su farsa, y sus burlas, disparándoles por la espalda.
En “Vivo o muerto” también está una genuina historia del oeste con todos los ingredientes imprescindibles: una mina de oro abandonada, un pistolero malherido, un hombre llamado Cuervo, una moneda, la avaricia que desencadena la muerte, los malvados, la chica, la huida, un tesoro escondido en un cementerio indio y unas serpientes venenosas.
Los caballos eran alquilados, los pueblos solo eran fachada, pero estas películas fueron la luz para un tiempo triste con olor a cerrado, el pasaporte de los hombres libres. Cuando su caravana llegaba a un pueblo lo transformaba todo. El paisaje, la mirada, la locura de una mentira que se vuelve realidad. Dejaba su huella de muerte, la historia que nunca se olvida y de la que nadie quiere hablar.
Hace mucho tiempo que se fueron, pero algunos dicen que en Los Monegros, las noches de luna nueva, se escucha el aullido de los coyotes.
“Vivo o muerto. Cuentos del Spaghetti-Western” Varios Autores. Tropo Editores. Zaragoza 2008.

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